El Internet de las Cosas, el famoso Internet of Things o IoT,  está de moda. Conectar cualquier objeto a Internet y con ello crear infinidad de nuevas aplicaciones ha levantado grandes expectativas. Y aunque parece que es un concepto que nos ha acompañado desde hace muchísimo tiempo dada su omnipresencia en cualquier artículo o discusión tecnológica de hoy en día, la realidad es que es bastante reciente.
Fue en 2009 cuando Kevin Ashton, profesor del MIT en aquel entonces, usó la expresión Internet of Things (IoT) de forma pública por primera vez, y desde entonces el crecimiento y la expectación alrededor del término ha ido en aumento de forma exponencial. Fue en el RFID journal cuando Ashton acuñó públicamente el término. Aunque él mismo ha comentado que la expresión era de uso corriente en círculos internos de investigación desde 1999, si bien no se hizo público de forma notoria hasta entonces.
“Si tuviésemos ordenadores que fuesen capaces de saber todo lo que pudiese saberse de cualquier cosa –usando datos recolectados sin intervención humana– seríamos capaces de hacer seguimiento detallado de todo, y poder reducir de forma importante los costes y malos usos. Sabríamos cuando las cosas necesitan ser reparadas, cambiadas o recuperadas, incluso si están frescas o pasadas de fecha. El Internet de las Cosas tiene el potencial de cambiar el mundo como ya lo hizo Internet. O incluso más.â€
Raro es el artículo periodístico sobre nuevas tecnologías o transformación digital que no incluya alguna mención sobre el IoT, ya sea ésta de forma directa o tangencial. Y es que es un hecho que la capacidad de poder conectar cualquier objeto es un concepto que despierta de forma inusual la imaginación.
Si queremos entender en su totalidad el origen y el alcance del IoT sería un error centrarse únicamente en la actividad de los últimos años. Es conveniente recular y echar un vistazo al pasado analizando cómo las distintas evoluciones tecnológicas nos han traído de forma irremediable a este punto.
Del Mont-Blanc al IoT
Porque el origen de los objetos conectados no es algo de hace pocas décadas, en realidad se remonta hasta los albores tecnológicos del siglo XIX, en lo que se consideran los primeros experimentos de telemetría de la historia. El primero del que se tiene constancia fue el llevado a cabo en 1874 por científicos franceses. Estos instalaron dispositivos de información meteorológica y de profundidad de nieve en la cima del Mont Blanc. A través de un enlace de radio de onda corta, los datos eran transmitidos a París. Otros experimentos, ya en el siglo XX, se realizaron desde iniciativas originadas en países como Rusia o Estados Unidos, ayudando al crecimiento de la telemetría y llevándola a un uso extensivo impulsado por la evolución de distintas tecnologías de telecomunicación.
La idea de poder conectar los objetos y de que éstos fuesen inteligentes ya se plasmó en aquella época en los pensamientos y escritos de científicos tan notables como Nikola Tesla o Alan Turing. Sus palabras, leídas desde una perspectiva histórica, cobran ahora sentido y demuestran cuan adelantados a su tiempo fueron.
En 1926, Nikola Tesla en una entrevista a la revista Colliers anticipó de forma sorprendente el crecimiento de la conectividad a nivel global y la miniaturización tecnológica:
“Cuando lo inalámbrico esté perfectamente desarrollado, el planeta entero se convertirá en un gran cerebro, que de hecho ya lo es, con todas las cosas siendo partículas de un todo real y rítmico… y los instrumentos que usaremos para ellos serán increíblemente sencillos comparados con nuestros teléfonos actuales. Un hombre podrá llevar uno en su bolsilloâ€
Recordemos que Nikola Tesla, entre otros descubrimientos, fue uno de los padres de las comunicaciones inalámbricas. Su visión siempre fue más allá del propio descubrimiento tecnológico y postuló de forma premonitoria alguna de sus aplicaciones, principalmente en dos: la interconexión de todo en lo que él denominó un «gran cerebro» y la simplicidad de los terminales que usamos para ello, avanzando cómo los ordenadores personales, y más tarde los teléfonos inteligentes y cualquier tipo de dispositivo, dispodrán de una conexión a este «gran cerebro» que hoy en día conocemos como Internet.
Premonitorias también fueron las palabras de Alan Turing en 1950 en su artículo en el Computing Machinery and Intelligence in the Oxford Mind Journal, en el cual ya avanzó la necesidad futura de dotar de inteligencia y capacidades de comunicación a los dispositivos sensores:
“…también se puede sostener que es mejor proporcionar la máquina con los mejores órganos sensores que el dinero pueda comprar, y después enseñarla a entender y hablar inglés. Este proceso seguirá el proceso normal de aprendizaje de un niñoâ€
Pero a pesar de estos postulados y la visión tan temprana que supieron transmitir estos y otros científicos, la inmadurez tecnológica de la época hizo que todo esto quedase como entelequias irrealizables. No fue hasta la década de los 60 y, sobre todo, los 70 cuando se crearon los primeros protocolos de comunicaciones que definirían la base de lo que hoy es Internet. Este desarrollo se realizó dentro del seno de la red ARPANET, en el Departamento de Defensa de EEUU. Aunque también cabe destacar que durante muchos años, estos protocolos fueron exclusivamente de uso militar y académico.
El avance de esta red de redes fue lento durante las décadas de los 70 y 80 por varios motivos, siendo el principal la falta de comunicaciones rápidas y de bajo coste a medias y largas distancias lo cual facilitó la creación de redes heterogéneas, totalmente incompatibles entre sí. Nos encontramos pues en esta época con un ecosistema de silos de equipos conectados de forma local. Y no fue hasta mediados de los 90 que el Internet comercial y universal comenzó su expansión definitiva. Los silos se interconectaron mediante un protocolo de comunicaciones, el famoso TCP/IP, base de Internet, y las implementaciones no estándar comenzaron su declive. De esta forma, la red militar y académica que una vez fue ARPANET, se convirtió en INTERNET y con ello, en el origen de infinidad de nuevos modelos sociales y de negocio.
Y fue ante la popularización de esta incipiente Internet que la idea de conectar objetos mediante esta red empezó pronto a popularizarse. Ya en 1990 John Romkey, en el evento Interop en EEUU, creó el primer objeto conectado a Internet: una tostadora que se podía encender o apagar en remoto. La conectividad fue a través del ya mencionado protocolo TCP/IP y el control se realizó mediante SNMP (Simple Network Management Protocol), protocolo de gestión de red, que se usó para controlar el encendido y apagado del electrodoméstico.
A pesar de suponer una revolución en la forma de entender las redes, las comunicaciones que Internet ofrecía en el origen de su expansión mundial eran principalmente cableadas. Esto, unido a que el coste del hardware era aún elevado, hizo que las ideas que podían llevar a implementar objetos conectados prácticamente pasasen inadvertidas durante años.
La revolución vino de la mano de la popularización de conectividad inalámbrica, ya fuese celular o WiFi, durante el inicio del siglo XXI. Esta permitió por fin presenciar una primera explosión en el crecimiento de los objetos conectados. Y este crecimiento se ha constatado especialmente en la última década, donde se han venido sucediendo nuevos conceptos como el WSN (Wireless Sensor Networks) o M2M (Machine to Machine), para finalmente dar paso al IoT que todos conocemos.
Esta historia aún no está terminada. Nos encontramos en plena efervescencia evolutiva dentro del IoT. Este es un relato que ha empezado con las tecnologías existentes en su momento, pero que se está escribiendo con nuevas redes, nuevos protocolos y nuevos dispositivos. Aún estamos en una fase de coexistencia y de crecimiento. En futuros artículos comentaré estos aspectos. De momento quedémonos con la historia que ha llevado a la telemetría y a Internet a confluir en lo que hoy conocemos como el IoT.