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La paternidad

Aquí­ está, desde hace mes y medio, la famosa paternidad. Ya he plantado un árbol, ya he tenido un hijo (bueno, hija) y ahora sólo me falta escribir un libro (cualquier dí­a transformo este blog en uno). Una experiencia de la que te pueden haber contado todo pero de la que no te das cuenta hasta que la vives en primera persona, y eso que en mi caso sólo acaba de empezar.

Uno se da cuenta de que cada bebé es un mundo y que por muchos consejos, libros que leas o cosas que te cuenten, lo que le gusta, molesta o excita a tu hija no tiene por qué tener que ver con lo normal o lo que todo el mundo cuenta una y otra vez. Las pautas de sueño, el hambre, la manera de reaccionar a los estí­mulos, la intensidad del lloro, los ruiditos… hasta los eructos, son como una maraña de cosas propias de tu vástago que conforman su, digamos, protopersonalidad.

Lo más duro es ser mamá. La verdad que es para ponerle un monumento, sobre todo si da el pecho. Desde el momento en el que nace la niña, cada dos, tres o cuatro horas, ¡ale!, a enchufarse a la teta. Y no te retrases, que te cae una buena. Da igual hora, momento, conveniencia o inconveniencia: Dame de comer o me pongo como loca. Así­ que los padres poco nos podemos quejar. El cansancio también está ahí­, pero uno puede abstraerse un poco más ya que se va a trabajar y la niña no tiene ninguna dependecia contigo.

Pero a pesar del cansancio, los lloros y los gritillos, todo lo demás es una gozada. No lo entiendes hasta que no te llega. Uno sale del trabajo y casi llega corriendo a casa para ver a la niña. Te encuentras a la mamá, de baja, agotada tras un dí­a de lloros y pañales y le arrancas a la enana de los brazos, le mandas a la cama o a tomar el aire y empiezas a hacer el mono. Da igual que llore, patalee o haya que cambiarle el pañal hasta arriba de todo. Uno lo hace encantado. Y, de momento, no echo de menos el salir a tomar algo, con amigos o al cine. Es curioso, todo eso parece lejano. Supongo que sea cuestión de tiempo.

Por último, otra cosa que me ha chocado bastante es la manera que uno maneja a su hija. Hasta ahora, cada vez que habí­a cogido un bebé, lo manejaba como si fuesen unos cartuchos de dinamita sensibles al mí­nimo temblor. Y sin embargo, a Inés la cojo con una mano, me la paso a la otra, la subo la bajo, la doy la vuelta,… en una semana uno esta hecho toda una madraza.

El blog ha sufrido un poco la falta de tiempo para contaros cosas y el uso del que tengo para actualizar otros. También supongo que sea cuestión de tiempo y de adaptarse. Eso y que la enana empiece a llorar menos :)