Los días en los que se madruga tanto y se acuesta uno tarde tienen el inconveniente de dejarnos baldados al siguiente. Esto es lo que nos pasó tras el maratoniano día que tuvimos para llegar a Hvar desde Split y empezar a disfrutar de la isla. La mañana fue larga y fue el calor, acumuladísimo en la habitación, el que nos despertó. Bueno, si eso se puede llamar despertar, digamos que entramos en fase de duermevela y búsqueda de café y aspirinas.
Para empezar la mañana, SMSs con planes distintos, los dos de origen malagueño. Uno, turismo por el pueblo con Luis y Loli y otro, pillar un barco-taxi con Carmen y Encarni para ir a las islas de Pakleni a alguna de sus calas, exactamente a la de Palmižana.
Ni Pablo ni yo sabíamos qué hacer. De hecho estébamos tan matados que lo que hicimos fue salir a tomar un café a la cafetería del hotel y seguir con la mochila hacia el centro a ver que hacíamos o decidíamos. Y camino del centro de Hvar, al acercarse al puerto, fue cuando vimos lo que nos hizo decidirnos y lo que queríamos hacer. Tres chicas iban en una motora riendo y dando gritos y ninguna de ellas tenía pinta de ser muy profesional en ello. ¡Vaya! si resulta que las motoras se podían alquilar. Y nosotros sin saberlo.
Primero hicimos escala en la oficina de la agencia Atlas y ya no les quedaba ninguna barca. Ya era un poco tarde. Pero en el puerto tuvimos más suerte, aún quedaba alguna y por 350 kunas (Unos 50 euros) nos la llevabamos hasta las ocho de la tarde. Importante no volverse después, que Croacia se la jugaba contra Turquía, y al dueño de la barca no le hacía gracia perderse el partido. Justo cuando estabamos acordando el precio, aparecieron por ahí Luis y Loli. Pues nada, todos al barco, vamos a por el resto de la comitiva malagueña y a comer a Palmižana.
El dueño de la barca nos hizo una formación de cinco minutos: «Cómo conducir este cacharro sin irse a pique y cómo tirar el ancla». Todo claro, vamos para allá. ¡Qué gozada! viento, olitas, salpicaduras y sol. Camino de la cala. Con el mapa, haciendo de aprendiz de capitán. A la derecha, ahí por el estrecho, bordea este cabo, pasando de lo que ha dicho el dueño de la barca, tira todo recto, ¿qué isla será esa?, habrá que echarse crema que pega,… entre risas y olas llegamos a la cala.
Atracamos sin más problema. Demostré mi maestría con nudos marineros improvisados y fuimos a la búsqueda del resto. Destino, el restaurante Toto’s, sobre la cala, con una magnífica terraza. Allí nos juntamos todos con bastante hambre, que el café de la mañana ya estaba en los pies.
Una miradita a la carta y no nos decidíamos. Otra mirada, y tampoco. De momento, unas cervezas, bien frias. Otra miradita a la carta… mmmm, no sé. Vamos a ver qué dice la camarera, bien maja, por cierto. Tranquilos que llama al cocinero para que nos enseñe el pescado que tiene. Y ahí que viene el cocinero con una bandeja llena de pescado crudo. La recolecta del día. Nos propone una parrillada con tiburón, una especie de salmonetes y una especie de pescado largo estilo anguila, pero que nada tenía que ver. Luis se sabía los nombres de todos los peces, pero yo ya no me acuerdo de ninguno.
La parrillada llega acompañada de un puré de patatas y verduras y algo de vino blanco. Los menús y platos en Croacia no son muy copiosos, pero la cantidad la suplen ampliamente con la calidad. Y aquel pescado nos supo a gloria. Aunque creo que mirando al mar, buen tiempo y con buena compañía, hace que las cosas sepan más buenas. Para terminar la comida, le dimos un poco a la grappa local. Estos croatas no invitan ni a una ronda. Eso lo tienen que ir aprendiendo.
La vuelta a la barca no se demoró. No era cuestión de quedarse rodeado de aquella banda de prepúberes que montaba tanto follón en la cala. A buscar otra, que esté vacía y que sea tranquila. Y dando vueltas con la barca la encotramos. Vacía, con tumbonas, con muchas piedras y con una estupenda exposición al sol de tarde. A destacar mi llegada al muelle. No me aclaré muy bien con los mandos de marcha adelante y atrás y opte por arrancar la llave del contacto y tirar el ancla. í‰pico.
Ahora dos opciones quedaban. Al agua o a la tumbona… yo probé las dos.
La hora del partido se acercaba y había que ir pensando en volver a dejar la barca y devolvérsela a su dueño. Estiramos un poco más el tiempo con una pareja estadounidense de gira por Europa. Estaban impresionados de que tantos fuesemos en un barco tan pequeño. Cierto es que el dueño nos había dicho que nos la jugabamos con la policía si subíamos más de cinco. Pero bueno, la barca era resistente y tampoco habíamos comido tanto…
Apuramos todo el tiempo que nos quedó en la barca. Pablo se lanzó recto hacia la zona donde estaba el bar chill-out en el que estuvimos el día anterior y fue bordeando la costa hasta que llegamos a la isla que se encuentra justo enfrente del puerto. La rodeamos y enfilamos para el embarcadero. «Al final os habéis metido seis», dijo el dueño de la barca en cuanto llegamos…
Teníamos una hora y media para darnos una duchita, tomarnos unas cuantas KarlovaÄko para recuperar líquidos en el hotel y para ir al centro a cenar entre calles mientras todo el resto del universo croata y turista veían los cuartos de final de la eurocopa. El sitio elegido, el restaurante Macondo. Nada especial a destacar. Bueno sí, algo caro y nos quedamos con hambre. La comida no fue mala, pero algo escasa. Mientras estábamos terminando de chupar las cabezas a las pocas gambas que cayeron oimos el estrépito que anunció el gol en la prórroga de Croacia. Sólo quedaban dos minutos, ya estaban en semifinales. De hecho es lo que le pregunté al camarero unos minutos después, pero su cara de mala leche no reflejaba ni que dijésemos un estado de euforia pasajera. De hecho no oíamos ni claxones ni vítores por la ciudad. Croacia había perdido. Empate en el último segundo y fallos en los penaltis. Había que ver la cara de los pobres croatas.
Para terminar la noche decidimos volver al Carpe Diem. Algún mojito que otro cayó. Y cuando aquello empezó a decaer, decidimos probar la discoteca en lo alto del pueblo, Veneranda Club. Una discoteca que seguro que está muy bien, pero en temporada alta, porque en aquel momento sólo tenía abierto, calculo yo, un 20% de las instalaciones. En fin, que mejor eso que nada. Para seguir charlando, tomando algo más, conociendo a gente de la boda que iban Dani y Cheli, la pareja de Córdoba (de los que no supimos más) y recuperando móviles perdidos por guiris (momento friki de la noche).
Sólo tres valientes nos quedamos hasta el final (¡Bravo Encarni!). Nos echaron cuando empezó a hacerse de día. Y es que en este país se hace de día muy pronto. La búsqueda de una cafetería fue infructuosa y tras hacer un poco el mono dando vueltas por Hvar, nos retiramos a descansar. Al día siguiente tocaba atravesar la isla, coger ferry al continente y volver a Dubrovnik.
My Darling nos esperaba…