Al quinto día descansamos. Bueno, nos lo tomamos con calma y pasamos en día por la capital de la Dalmacia, la segunda ciudad de Croacia, el antiguo refugio de Diocleciano… en resumen, nos quedamos en Split.
La mañana empezó al mediodía. Nos hicimos los remolones tras una noche no muy larga, pero tampoco corta. Cerca del mercado de pescado, en la calle Marmontova (en homenaje del francés General Auguste de Marmont de la época napoleónica), hay una placita con unas terrazas estupendas. Café y zumo de naranja al sol para recargar las pilas y meterse de lleno en la parte vieja de la ciudad.
Marmontova declina hacia los dos lados históricos de Split. Del lado más moderno, la herencia veneciana de tantos siglos se hace visible, y del otro lado, los restos del Palacio de Diocleciano dibujan la parte vieja de la ciudad. Es curioso ver cómo muros que fueron parte del Palacio forman parte de algunos edificios y que pabellones del mismo, como el Templo de Júpiter, se han reconvertido a lo largo de la historia en Basílicas y otros.
El Paseo Marítimo de Split, en donde el día anterior vimos a los croatas festejar los éxitos de su selección de fútbol, recobra todo su esplendor a la luz del sol. Blanco nuclear, losas enormes y terrazas que invitan a descansar un rato después de un paseo por la ciudad.
Atravesando la parte vieja se llega a la puerta norte del antiguo Palacio, que sigue en pie, y a la impresionante estatua de Gregorio de Nin (Grgur Ninski), obispo precursor del nacionalismo Croata y al que hay que sobarle el pie para tener suerte… ya sabéis, esa parte que está más dorada en toda estatua que se precie.
El levantarse tarde y desayunar a deshora no ayuda a tener mucho hambre ni ganas de comer cuando toca. La idea inicial fue no comer, la siguiente tomarse un trozo de pizza o algún bocadillo y al final acabamos tomando una parrillada de carne, estupenda, en la plaza de Narodni Trg, mirando a la gente pasar y disfrutando de una tarde que empezaba a nublarse, pero que seguía siendo muy agradable.
Para el resto de la tarde dejamos la visita a la parte que se conserva de los bajos del Palacio de Diocleciano. Una primera parte, abierta al público, hoy en día es un animado mercado para turistas. Otra parte, la de pago, nos permite hacernos una idea muy precisa de lo que fue aquella residencia en la que se retiró uno de los primeros enemigos oficiales de los cristianos. Los bajos, como tal, no tienen gran cosa, pero tomándose el tiempo de leer los paneles y lo que nos cuentan las pantallas táctiles repartidas por el recinto, hacen que la visita sea bastánte didáctica y que nos permita apreciar mejor la importancia y amplitud de este yacimiento urbano y encastrado en la ciudad.
El resto de la tarde y la noche acabó como empezó el día, tranquilo. Terraza en el St.Riva, cerveza KarlovaÄko, una estupenda hamburguesa (realmente son buenas las que ponen en este bar) y ver a los italianos terminando de humillar a les bleus…
Mañana el día en Plitvice, en donde empezó la guerra de los Balcanes y en donde a uno no le importaría perderse una temporada.